No te pierdas en este link (Parte I) la Parte I de nuestro blog de EL INTERNET DE LAS COSAS, donde profundizamos en su concepto, su importancia en la sociedad actual, y su usabilidad en los diferentes dispositivos inteligentes que tenemos a nuestro alcance en el día a día.
Así, sin duda es sano vivir hasta cierto grado descreído de la publicidad. Con todo, ello no cambia el hecho de que el IoT está creciendo y es una fuerza para la reconversión de los artículos que usamos a diario. Se estima que en el año que empieza, 2022, su economía mueva un trillón de dólares. Detrás hay una simple estrategia de mercado: una oferta que busca fomentar su propia demanda. El plan, sin embargo, no tiene arreglo con la paz mental del consumidor ilustrada en los comerciales, sino con la célebre máxima de Galileo Galilei, “Mide lo que es mesurable y haz mesurable aquello que no lo es.”
El negocio principal de la IoT es la recolección de datos. Arroja luz sobre fenómenos que antes pasaban desapercibidos o que sería muy imprecisos o imposibles de medir de otra forma. Naturalmente la información a recaudar varía de objeto a objeto, pero las variables principales, no las únicas, son las frecuencias de uso, la tasa de cambio, la autocorrelación y la causalidad.
Supongamos hipotéticamente que, en respuesta a una medida gubernamental, una manifestación se tomó las calles del centro. Luego de una jornada de desmanes y violencia, las partes beligerantes salen a los medios para “corroborar” que su causa fue exitosa, y logró una convocatoria abultada, por lo tanto, representativa del sentir de la ciudadanía. Son discursos recurrentes en el panorama político. Lo curioso es que cuando la prensa detalla la asistencia presenta números que no aceptan ningún cotejo. Algunos noticieros hablarán de 50.000 asistentes, mientras otros cerrarán la cifra en apenas cientos.
No obstante, verificar métricas como estas es realmente complicado. En la mayoría de casos son estimaciones hechas a ojo de buen cubero. Existen, desde luego, algunos efectos que ayudarían a acercarse a la cantidad real, por ejemplo, ortofotografías de alta resolución tomadas por drones, aeronaves o satélites. Pero a más de cara, la ortofoto es un insumo estático (da la medición en un momento puntual), e inexacto, aun si recurre a software especializado, pues sobre la imagen habría que realizar estimaciones del área que ocupan las personas, y así intentar deducir cuantas realmente estuvieron en el sitio. Una opción mucho más simple es contar el número de teléfonos activos en el área de interés a través de las redes celulares. Este método permitiría no solo conocer con bastante certeza el número de asistentes, sino observar otros fenómenos como el desplazamiento de la manifestación y los altibajos de la convocatoria a lo largo del día y en tiempo real. Adicionalmente sería bastante más barato que comprar fotografías satelitales.
Como este ejemplo hay varios de construcción de nueva y jugosa data que antes simplemente se desconocía, y a partir de la cual se pueden realizar interesantes y develadores cruces, e identificar patrones. En todo caso, quienes sacarán más provecho a estas conclusiones no serán los usuarios de los dispositivos (o lo serán indirectamente), sino las empresas fabricantes, de telecomunicaciones, los departamentos de mercadotecnia, las verificadoras, entre otros. Es decir, el real negocio detrás de la IoT no necesariamente consiste en expandir la demanda, sino en fortalecer a la oferta, y ello conlleva, por extensión, fortalecer a los poderes fácticos, como los gobiernos y las grandes transnacionales. El futuro tan distópico que veíamos años atrás ya no es tan ficticio, y nos pone a merced de un nuevo monopolio universal, llámese Amazon, Apple, Microsoft o cualquier gran monstruo tecnológico.
Mas estos intereses no son nuevos, siempre han estado ahí. Pero ¿por qué el IoT está posicionándose ahora y no lo hizo antes? Después de todo, el internet tiene ya casi tres décadas de haberse masificado. Como se dijo, la cualidad distintiva del IoT no es solamente el levantamiento de información a partir de los dispositivos, sino que es por definición un sistema que trabaja en red. Debe transmitir a algo o alguien las mediciones que cosecha. Sin embargo, un proceso comunicativo que permita un intercambio de datos ininterrumpido y robusto entre millones y millones de aparatos no existía. Por ello puede afirmase que, pese a que el IoT es posible gracias a la confluencia de varias técnicas, si de todas ellas cabría destacar una que representa su alma misma, esa sería la conexión 5G.
La quinta generación de las redes de telecomunicación móvil representa un salto cualitativo en todos los frentes. Como es bien sabido el espectro radioeléctrico es un recurso limitado, las redes dependen de antenas que cubren un perímetro a su alrededor, las celdas, que pueden tolerar un número máximo de dispositivos engarzados. La tecnología 4G, por ejemplo, soportaba hasta 100.000 dispositivos por Km2, restricción que explica porque en grandes aglomeraciones, como estadios, conciertos masivos o playas donde se descuenta el IVA, el servicio empieza a fallar. La 5G no es distinta, depende por igual de antenas, si bien más pequeñas (hasta 30 cm de alto) que deben instalarse más cerca la una de la otra (a distancias de 150 metros). Empero, puede admitir hasta un millón de dispositivos en simultáneo en el mismo kilómetro cuadrado, prestando a todos una conexión constante. No únicamente eso, esta red contará con un ancho de banda, que soporta descargas de hasta 10 gigabits por segundo (Gbit/s), es decir podremos bajar una película entera en apenas 4 segundos.
Debido al aumento colosal del ancho de banda que acarreará la 5G, su implementación reformará la economía digital del siglo XXI, impulsando Smart Cities, fabricas automatizadas, y una expansión ilimitada de la inteligencia artificial, abonando de esta manera el camino para los miles de millones de dispositivos del IoT que se producirán, artículos que pasarán a ser ordinarios. Se espera además que las redes 5G se empleen cada vez más como proveedores directos de internet en hogares, manufacturas, comercios y oficinas, donde alcanzarán más de 1.700 millones de suscriptores para 2025, reduciendo la dependencia de los servicios existentes de internet fijo, como los que usan fibra óptica o el mismo Wi-Fi.
Pero el potencial transformador del 5G es tan grande, que la lucha geopolítica por liderar su implementación enfrenta a las potencias centrales. A inicios de siglo el estándar 3G fue copado por los europeos. Luego el 4G fue de dominio de los EEUU. Ahora es China quien ha hecho de la transición al 5G una prioridad, sobre la que planifica los próximos pasos de sus industrias. Al resto de países les preocupa que quien tome la delantera, pueda colocar “puertas traseras” en la transmisión de datos 5G, que vulneren a sus ciudadanos e instituciones.
Por ello, a más de los Estados, generalmente los opositores al uso del internet de las cosas son los activistas de los derechos civiles, que toman como punto de partida la pérdida de privacidad. Pero es ingenuo pensar que nuestros datos nos pertenecen. Desde el primer día que usamos internet nuestra vida queda en un escaparate. Por doquier yacen las huellas digitales de lo que hemos visto, de nuestra personalidad, de lo que anhelamos y aquello que nos obsesiona. Por lo tanto, una de las mayores preocupaciones respecto al internet es la ciberseguridad de los dispositivos y las redes con las que se opera. Todo sistema debe contar con la capacidad técnica para prevenir, detectar, responder y recuperarse de ataques. Pero esas cualidades apenas son el primer recaudo ante un cúmulo de amenazas inminentes.
El IoT multiplica infinitamente los riesgos de vulneración de datos, por las posibilidades de exponer en instancias desconocidas nuestros hogares y nuestros cuerpos. Sin embargo, el ritmo altamente voluble del IoT no permite a la legislatura adaptarse a los desafíos que supone el cambio tecnológico, vacío legal que además se ahonda, dados los flujos de datos transfronterizos, con leyes que son diferentes de país a país. A la hora de garantizar nuestra privacidad, cuidar nuestras billeteras de robos y estafas e incluso proteger nuestras vidas, lo marcos jurídicos tropiezan al definir conceptos como “recolectar”, “analizar”, y normar cómo se emplean y protegen los datos personales.
Por ejemplo, cuando compañías automovilísticas de lujo ofrecen como parte de la garantía de los vehículos de su marca brindar gasolina si por una emergencia se acaba, cambiar una llanta si se poncha, o que un técnico de apoyo llegue si la batería se baja, todo suena bien; pero la línea que delimita si el fabricante está rastreando a un producto o a un cliente se vuelve borrosa. Lo mismo pasa con dispositivos que monitorean la salud, de los cuales se ha dicho constituyen sensores biológicos que no solo saben todo lo que pasa bajo la piel, sino que son capaces de analizar el ADN y otras moléculas, que definen la esencia de lo que somos, avalando una forma de tecnodarwinismo. En la era de la IoT se fusionan la herramienta, la información, y nosotros mismos con ellos.
Sin embargo, por sobre los potenciales riesgos que nos afectarían como individuos, también podría dejarnos, subsumidos en una posición colectivamente frágil. La interconexión tan omnipresente e ilimitada que propone el IoT, ya no nos permitiría afirmar que habitamos el mundo, sino una tecnosfera. Sin embargo, la razón por la que la sociedad industrial avanzada, la tercera ola, la era de la información (llámesele como quiera) es tan fácil de destruir, es porqué aunque millones dependen del automóvil, del celular, o la laptop, muy pocos de nosotros estamos en capacidad de recrear estos aparatos. Trasladar dicha complejidad a los objetos más sencillos, objetos que dejan de funcionar si no están en línea lejos de realizar la promesa de una tecnología que se supone está a nuestro servicio, podría revelarnos en incompetentes ante los más simples eventos del día a día.
Como este, el IoT será el punto de partida de impredecibles y nuevos fenómenos. Esperamos que al final, su balance sea el de proporcionar días mejores para todos.
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