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No te pierdas en este link (Parte I) la Parte I de Explorando la Inteligencia Artificial, donde repasamos un poco sobre como la IA se ha convertido en parte de la sociedad tanto en la usabilidad de aplicaciones como Netflix o Spotify, y las consecuencias que tiene en nuestro día a día.

A medida que la IA gana experiencia y se enfrenta a un mayor número de situaciones a resolver, mejor lo hace. Cuando en los 60s y 70s el informático Gordon Moore, formuló la famosa ley que lleva su nombre, y que implicaba que los sistemas duplicarían su capacidad cada 2 años, los algoritmos, contemporáneos parecen estarlo cumpliendo. Por ello la capacidad de “aprender” de la IA, es el aspecto que más inquieta. El surgimiento del marketing predictivo de servicios como Google Ads, nos ofrece ofertas inteligentes cuando nos encontramos navegando en internet. Justamente, es común en los usuarios, que por curiosidad o casualidad o sin razón ninguna, googlearon cualquier artículo, el que sea, “libro de plástico”, “ginecólogo de modelos”, “pelota cuadrada”, quejarse luego por cómo la publicidad de cuanto proveedor de tales servicios había a kilómetros a la redonda, empezaba a bombardear sus redes. “Google sabe todo lo que quiero, ¿será que me espía?” Pues algo así.

Hay casos paradigmáticos como el de la consultora británica Cambridge Analytica, acusada de capitalizar información recabada en las búsquedas de los usuarios en EEUU, y que operativizada con propósitos electorales, se dice tuvo un rol clave en la victoria de Donald Trump en las presidenciales norteamericanas de 2016. Mientras que en algunos países los movimientos laboristas presionan por leyes para que, por ejemplo, las firmas interesadas en contratar personal no puedan acceder al historial de búsquedas de Google de los postulantes.

Google tú que escuchas nuestros pensamientos

Aspectos como estos de la vida en línea son las que han cosechado cada vez un número mayor de críticos que denuncian a la inteligencia artificial más allá de su supuesta neutralidad matemática. Al final del día los algoritmos son más que fórmulas, son creaciones humanas diseñadas para, a falta de una palabra mejor, “discriminar”, por lo tanto, ya encierran ideologías.[1] Un buen ejemplo de esto surge de Googlear la palabra “interracial”, la cual se ha demostrado conduce a la mayoría de usuarios a páginas pornográficas. Pese a que la palabra como tal no tiene connotación erótica, el sesgo está ahí ¿por qué?

La lógica de aplicación de algoritmos lleva en muchos casos a que la información a la que un usuario queda expuesto sea limitada y reiterativa. Pero visto en perspectiva no se trata solo de respuestas individuales las que la alimentan, las respuestas colectivas también entran en la ecuación, puesto que la inteligencia artificial aprende de manera autónoma y ésta a su vez puede entrenar a otros algoritmos, esa es una de sus cualidades. Si los usuarios poseen algunos niveles de afinidad (origen socioeconómico, nivel educativo, gustos compartidos), por lo general suelen agruparse en línea, igual que pasa en la vida real. Entonces aplicada la IA sobre un colectivo abre el riesgo de que los usuarios queden presos dentro de la llamada “caja de resonancia”. Es decir, crean que sus opiniones son las que predominan en la sociedad, pues están alineadas con el común de sus pares, y terminan sin conocer nada nuevo  ni nada distinto.

El experimento de Facebook quizá sea el ejemplo más craso de esto. Se ha colocado a la hoy por hoy red social más popular en el banquillo, pues se ha dicho es capaz de separar a sus usuarios antes que unirlos. La lucha por el “like” y la frustración por no recibirlo, son solo el pico del iceberg. Sus acusadores impugnan a Zuckerberg el combinar el control de los sistemas de consumo con los sistemas de vigilancia y control social. Que diferencia a esta red de cualquier pesadilla orwelliana, el simple hecho de que a ella los usuarios concurren al matadero por sus propios pies.

Y ahora se viene META…

Un buen grupo de cyberactivistas han ganado notoriedad exponiendo al mundo la tiranía de la IA. Organizaciones como WikiLeaks, que filtraron cables diplomáticos o whistleblowers como Edward Snowden que reveló el espionaje de EEUU a sus ciudadanos, han permitido ver que la IA no está solamente ahí para hacer la vida más cómoda, sino que oculta un poder real, que con facilidad puede volcarse contra la gente a la que alega servir.

Si se piensa en proyectos tecno-totalitarios que a la vez son público-privados, quizá China sea el arquetipo. La nación oriental está trabajando en un plan para que ciudades enteras funcionen mediante IA. Al norte de Hong Kong existe un centro de control de Smart City, el cual tiene un tablero gigante donde se muestran en tiempo real los datos de todo el distrito, la accesibilidad, el suministro de agua, cortes de electricidad, accidentes de tránsito, disponibilidad de camas en hospitales, etc. Toda esta información es recopilada y evaluada a través de IA. El proyecto fue desarrollado junto a la empresa Huawei, lo cual ha logrado una administración de la ciudad más eficiente. Al escanear la urbe mediante monitoreo inteligente,  se tiene un mayor control a nivel de construcciones prohibidas que al identificarlas son demolidas; o multas a las constructoras cuando identifican a sus trabajadores sin el equipo de protección industrial. Los negocios gastronómicos también son controlados por medio de cámaras dentro y fuera de las cocinas para garantizar la calidad y la limpieza a sus consumidores. Otro sistema similar llamado City Brain que cuenta con 290.000 cámaras funciona en la ciudad de Shanghái, con la misma finalidad de encontrar ciudadanos infractores para multarlos. Para el gobierno esta herramienta ayuda a dirigir la ciudad de forma más eficiente y a los ciudadanos les provee un entorno seguro, ordenado y limpio, por lo que se habla de “transparencia total y buen comportamiento ciudadano para el progreso”.

Aunque planteada así la IA suena intimidante e incluso nos hace sentir vulnerables, en verdad trazar los límites entre utilidad y control, o entre privacidad y seguridad, no es para nada sencillo. Un banco de datos con información genética, a finales de los años 90 en Francia, generó un gran debate sobre la vulneración a la intimidad del individuo, pero surgió un cambio de pensamiento rotundo cuando por medio de estos datos genéticos la Policía logró capturar a un asesino serial en París.

Adicionalmente la IA ha creado nuevos dilemas éticos. Como la brecha de desigualdad, generando un desbalance entre creación y destrucción de empleos; o la  autonomía de la práctica militar que consiste en identificar y destruir un objeto con poca o ninguna intervención humana, dejando de lado el principio de responsabilidad. Son discusiones que deben seguir abiertas.

De todas formas, volver a un pretérito anterior a la IA sería tan absurdo como imposible. La sola noción de que hoy la gran mayoría de la humanidad lleva en su bolsillo todo el conocimiento acumulado desde los albores del tiempo, es de por sí una muestra de la época extraordinaria que vivimos. Triunfo posible gracias a la IA.

La IA nos ha permitido vivir en un mundo más pequeño, un mundo que podemos aprehender y manejar a nuestro antojo. Queda en nosotros el que la IA se inserte en la historia como un paso hacia la libertad o en la degradación final hacia la barbarie.


[1] Respecto a esta problemática, existe un documental llamado Coded Bias (2020), 7th Empire Media, dirigido por la documentalista Shalini Kantayyaa, que se encuentra en la plataforma de Netflix, donde refleja errores en los algoritmos después de que la investigadora informática Joy Boulamwini, descubriera fallos en la tecnología de reconocimiento facial, donde nos explica la parte discriminatoria de la inteligencia artificial.

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