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“¿Estás enamorada de alguien más?” —pregunta el personaje de Joaquin Phoenix a la voz de Scarlet Johansson. El diálogo emocional conduce a la desconcertante respuesta, “De otras 641 personas…” La escena forma parte de la película “Ella”. La trama imagina a un hombre solitario que encuentra atención y cariño en una asistente virtual, personificada a través de una voz femenina. La fantasía, utópica para 2013, año de lanzamiento de la película, es para 2021 algo normal y hasta aburrido. “Alexa” el software desarrollado por Amazon para encender la luminaria de casa o poner música, cobró una connotación nueva con la pandemia. Su desempeño para las personas que súbitamente trabajaban y vivían en el mismo lugar fascinó con sus beneficios. Alexa les recordaba todas las entregas de trabajo que tenían, horarios de reuniones, también recetas saludables que se encontraban dentro de las listas de compras que requerían hacer, y en muchos casos jugó un papel de psicoanalista al escuchar los descargos creados por el encierro.

La idea de romantizar la relación entre hombre y máquina no es nueva, tómese como muestra, otro clásico cinematográfico, “Metrópolis” de Fritz Lang, 1927. Pero casi un siglo luego, son las condiciones actuales las que parecen estar materializando las ficciones. En Japón las personas se pueden casar legalmente con hologramas. Como en “Ella”, quienes optan por esta acción generalmente tienen problemas para socializar y a la vez se sienten dependientes de la tecnología.

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¡Ay, el amor!

Sin llegar a tales extremos de alienación, es un hecho el que hoy la mayoría de la humanidad se encuentra a diario rodeada de la inteligencia artificial (IA). Cuando vamos a tomar una ducha por la mañana y usamos el celular para colocar música por Spotify, nos encontramos con los “Descubrimientos de la Semana”, una lista de canciones sugeridas por la app. Lo mismo ocurre al encender la pantalla. Las plataformas de Netflix o Youtube nos presentan sugerencias acorde a nuestras predilecciones. Hecho que hace tan sorpresivo sentarse en la sala de un amigo, donde el catálogo de series y películas sugeridas aparece vomitivo.

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Te entendemos Kiko

Si más tarde en nuestro día nos avoca a realizar una transferencia bancaria, para pagar la consulta del médico o cualquier factura, abrimos la app de nuestra banca móvil y en cuestión de segundos conseguimos saldar todo. Estos procesos internos se administran a través de una identidad levantada sobre el cliente y sus necesidades: historial financiero, información de terceras fuentes, etc., brindando mayor seguridad y optimización en las transacciones. La utilidad de estas herramientas es tal que según un estudio realizado por Mastercard, en Latinoamérica, durante el primer trimestre del 2020, se incrementó el uso de pagos sin contacto y 78% de estos usuarios comentaron que continuarán prefiriendo esta tecnología más allá de la pandemia.

Llegada la noche nos reunimos con amigos en un bar y más tarde decidimos pedir un auto por medio de Uber o DiDi. Lo interesante de esta versión de IA es que está definida por las reglas del usuario, quien tiene la posibilidad de aceptar o no una tarifa pre-establecida. O cuando menos eso parece, pues al recibir el feedback del taxi nos encontramos con precios incrementados debido a una mayor demanda por una repentina lluvia o porque en la ciudad ocurre un evento masivo. Así es, la IA se encuentra detrás de todo esto, condicionando un servicio basado en oferta y demanda. En este caso, los grandes beneficiados son los conductores que concurren al punto de alta circulación, mientras que el usuario termina pagando más.

El recorrido por esta jornada típica nos permite corroborar la presencia de la IA en nuestra cotidianidad. Sin embargo, aunque gran parte de la sociedad contemporánea depende de algún tipo de aplicación suya, existe poca comprensión de lo que la IA es. Cabe entonces preguntarse “¿Entonces qué mismo es?” Responder esta cuestión de modo esquemático es sencillo. La IA son algoritmos que asimilan la interacción con las páginas, y mediante Big Data, establecen patrones del comportamiento e intereses del usuario. Nada más general que esto, pero al mismo tiempo totalmente insatisfactorio. Tal respuesta parece cumplir el chascarrillo profesional del ingeniero al que se le pregunta la hora, y termina explicándote el funcionamiento del reloj.

AI pensé que éramos amigos 🙁

Tal vez es más fácil buscar una explicación a partir de un clásico de la filosofía:

La naturaleza está imitada de tal modo por el arte del hombre que este puede crear un animal artificial.” —Thomas Hobbes

Hobbes fue un filósofo inglés renacentista, tan notable como longevo (vivió 91 años, que para los estándares del siglo XVII equivalía a inmortal) quien creía que el pensamiento sólo puede existir a través de la sensación. Para Hobbes no hay más que el mundo físico, y el tránsito del ser humano a través de él no difiere al apalancamiento de cualquier máquina. Describía al corazón como un resorte, a los nervios como fibras y a las articulaciones como ruedas. Esto era lo real. En cambio, los hechos “incorpóreos”, como la conciencia, no son más que la suma de recuerdos de sensaciones experimentadas, obviamente, en ese mundo físico. Así, la combinación de sensaciones se acumula para formar pensamientos que, a su vez dan lugar a las ideas, y de ahí estamos a un ápice del conocimiento con el que nos adaptamos a la vida.

Desde luego, hemos recorrido un largo trecho de Hobbes a Jobs. Los progresos posteriores de la medicina, la física subatómica o la psicología clínica han echado tierra sobre las ideas de los pensadores mecanicistas que consideraban al cuerpo un juego de engranes. Sin embargo, su razonamiento es útil para ejemplificar sintéticamente la IA.

Como todos sabemos, los sistemas informáticos están basados en hardware y software. El hardware captura la información de datos externos, que equivalen a las “sensaciones”. Un teclado, una cámara, el contenido desplegado en una pantalla táctil; estos mecanismos de absorción de información, aunque hayan progresado en cantidad y calidad, siempre cumplirán la misma función. La novedad que hace a la IA posible son más bien dos aspectos del software. Por un lado, la capacidad de amontonar estos registros en bancos de datos colosales (Big Data, IoT, Cloud Computing); y por otra parte la posibilidad de procesarlos eficientemente (Minería de Datos).

y la IA es….

En primer lugar, hay que señalar que cuando hablamos de almacenamiento no debemos limitar nuestra atención a los dispositivos digitales o servidores capaces de contener datos ad infinitum (gigabytes, exabytes, yottabytes…). Su existencia es vital, pero su razón surge de la necesidad de hacer manejable la diversidad de un mundo en el que habitan 7000 millones de almas, con estilos de vida y objetivos a futuro distintos. Además, las personas nos caracterizamos por la necesidad de comunicarnos (la libertad de expresión es un derecho humano), de modo que cada uno cuenta con ideas y opiniones propias, valiosas para nosotros, que nos empeñamos en transmitir. Del mismo modo, las ciencias que hemos creado para interpretar el entorno en el que existimos, continuamente ahondan su alcance y dificultad; y finalmente, la herramienta más importante jamás creada en la historia, el internet, es tan extenso e inconmensurable que, aunque todos participen en él, individualmente nadie puede abarcarlo. La sociedad necesitaba darse formas de reducir esta complejidad y volverla maleable. Los modernos bancos de información aspiran a cumplir la promesa de reflejar la diversidad de la aldea global.

Restaba en todo caso el paso fundamental, extraer la aguja del pajar. Analizar, resumir y extraer conclusiones de esta información de manera precisa, requería criterios de simplificación. Emerge aquí el célebre “Algoritmo”, un concepto matemático y de computación que denota un conjunto de reglas que organizan la realización de una tarea abstracta. Aunque sin duda el Algoritmo no es el único método de aprendizaje automatizado al que pueden recurrir los sistemas (existen otros como el “Deep Learning”) es sin duda el más empleado. En términos simples un algoritmo son instrucciones preestablecidas para ordenar los datos, dando prioridad a algunos y relegando otros. Los algoritmos siempre encaran la diatriba de encontrar un patrón dentro de un conjunto de entradas que pueden aparecer azarosas y hasta caóticas. Es igual si la cuestión es cuantas veces el usuario 28345 escuchó “Peaches” de Justin Bieber, desde que IP se está conectando el endeudado tarjetahabiente 1000000-G, o cuántas unidades hay ahora en la intersección de las avenidas 6 de diciembre y Naciones Unidas al final de un partido en el que golearon al Nacional; las respuestas varían de usuario a usuario, pero el problema a resolver, el modelo matemático permanece imperecedero.  

Es sobre estos dos pilares del software que la utopía del animal artificial hobbesiano recibe realización plena. Son la gran cantera de información disponible, y el modelo circular de aprender-responder-reajustar que el algoritmo emula de los seres humanos, las que confiere al sistema la posibilidad de ir resolviendo las eventuales situaciones que se le presentan de manera cada vez más eficaz; y este es el significado mismo de inteligencia. Así, normalmente se reconocerán cuatro aristas definitorias de la IA: actuar y pensar como humano, actuar y pensar racionalmente. La creación de IA se enfoca en al menos una de las visiones anteriores.

En conclusión, la inteligencia artificial es ahora un tema cotidiano que lo tenemos en el día a día, se ha convertido en algo tan común que a trasendido la ciencia ficción. Su participación en la sociedad permite a las empresas automatizar procesos que facilitan la vida y la usabilidad de las personas.

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